jueves, 1 de noviembre de 2012

          “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido; nada más amado que lo que perdí. Perdóname si hoy busco en la arena esa luna llena que arañaba el mar. Si alguna vez fui tierno y fui bello, fue enredado en tu pelo y tus senos, si alguna vez fui sabio en amores, lo aprendí de tus labios cantores. Si alguna vez amé, si alguna vez, después de amar, amé, fue por tu amor, Lucía”
Paz Vega en Lucía y el Sexo, dirigida por Julio Medem, año 2001...al final del cuento hay un pozo por el que puedes volver a la mitad de la historia, y cambiarla... si tú quieres



            Es curioso lo que puede hacer la mente humana. Sexólogas nos daban charlas en los institutos. Recuerdo que en su mayoría me parecían estúpidas. En los años en los que iba al instituto, parecía que una revolución hormonal se engendraba en todos los alumnos. Chistes sobre porno, bromas sobre homosexualidad, e incluso palizas por este mismo tema. Algunas chicas confesaban haber visto películas porno. “No es por el morbo, sólo es para aprender”. Yo por mi parte, me había convertido en una adulta a marchas forzadas. Alguien de mi familia me regalaba barbies, mientras yo escuchaba a una banda llamada Killer Barbies. Adolescente modosa en la infancia, y adulta joven con un punto de rebeldía y repelencia en la adolescencia. No me interesaban las tonterías de los sacos de hormonas. Y sin embargo, recuerdo la escena final de la película de Lucía y el sexo, de la que no conservo ninguna otra imagen en mi mente, sólo Paz Vega encarnando a Lucía, con el vestido arremolinándose en sus piernas, mirando fija, con un rostro bello, pero confuso y agotado, al espectador, en una escena azul casi monocromática, y de fondo, el único tema de Serrat que me gusta, en la única escena de una película que, supongo, no me gustó, que resulto de mi agrado. Aun me estremece. Supongo que también me recuerda a la foto fija del final de Los 400 golpes, cuando el niño huye. Mera cuestión identificativa.

Es curiosísimo lo que la mente humana puede hacer, sí. Ayer revisé esa misma película con dos amigas, y la canción de Lucía aparecía en un montaje del noticiario, pero la imagen está a la mitad de la película. Y sí, es un buen film, pero yo era tal vez muy pequeña para recordarlo. Pero no estoy aquí para hablar de cine. Los blogs narrativos están proliferando, y yo estoy aquí para eso, para contar mi historia. La norma principal es "sin nombres", en parte por respeto y, en una gran parte, porque mi historia es real, y me paralizaba el miedo a que cierta persona de mi historia, mi jefe, mi familia, alguien, me localizase, pero he usado un nombre falso mucho tiempo, y así, si me reconocen de una jodida vez, no tendré miedo. Me llamo Lorena. Y tengo 23 años. Y ya no tengo miedo a contar mi historia
           
            Esta no es una historia para dar pena, ni siquiera es una venganza. Nadie me obligó a nada. Sólo caí en la trampa, e intento que nadie más lo haga. Necesito tiempo para ordenar todos los recuerdos. Hace ya cinco años del comienzo de esta historia, en la que no voy a citar nombres, y unos 3 años de su final. Pero tal vez nada tenga sentido si no explico la premisa inicial, la canción de Serrat, la película, con la imagen en foto fija de Lucía y el sexo. Tal vez, para que fuese una biografía completa, debería contar mi historia íntegra, tal y como la recuerdo. Pero esto no es una biografía; yo sólo soy un personaje en un negocio tan antiguo como el mismo ser humano: el sexo. No, nunca fui una prostituta. Vendí mis ideales, pero no mi cuerpo, al menos nunca más allá del monitor de un ordenador. Y es que el negocio del sexo del siglo XXI por excelencia, al menos en esos años, eran las páginas porno en las que podías interactuar con la chica que elijas, verla por una cámara web haciendo lo que tú pidas, sus imágenes y sus vídeos más obscenos, con total y absoluto anonimato. Una especie de fusión del porno con una línea erótica y un toque de inspiración en Paris-Texas. Nada que ver con las trabajadoras del sexo más habituales, las que se ven obligadas a prostituírse, para luego recibir una paliza de su chulo y quitarles el dinero, o a las que, simplemente, les gusta un ritmo de vida caro y se deciden por el alto standing. Puedo estar agradecida de no haber tenido que estar en una cama con un hombre por dinero, y de que nadie me obligase, salvo un fan que apareció en mi vida. También contaré esa historia para demostrar que la red no es tan segura como pensamos.

            Si he puesto el fragmento de Lucía a modo de presentación, es sencillamente porque es el amor que nadie ha sentido por nosotras. Nadie recordará haberse sentido a gusto contra mi pecho, ni yo recordaré haberme sentido libre ni amada por ningún hombre. Sólo fuimos caprichos, chicas jóvenes y guapas que incluso aparecían en un catálogo. Sí, había un catálogo, como en todo buen negocio internacional. No diré el nombre ni la ubicación de la página, sólo que nosotras éramos soldados, una armada al servicio de alguien o algunos desconocidos. No es un comentario contra la armada, sólo una pista para mentes curiosas que deseen buscar en Google. Una superheroína falsa, nada más. Nadie nos amó nunca realmente por quienes éramos. Sólo éramos el capricho de alguien, a veces fácil, a veces difícil de conseguir, pero siempre en sus manos, a través de una cámara, unas fotos, un teclado y una pantalla. Y todos los caprichos se pasan una vez los hemos conseguido y disfrutado un rato. Nadie se paraba a pensar en la persona del mundo real, porque creían que éramos la misma persona.
Si hubiese sabido que yo también me dirigía a un pozo que podía haberme matado...
 

            He dado un dato sobre mí: crecí a marchas forzadas. No voy a llorar aquí mis traumas infantiles, simplemente, nací en la familia equivocada, en un lugar conflictivo. Eso me hizo crecer deprisa, y ganar un toque combativo. Algunos dicen que nací vieja, quién sabe. Como soy de las que creen en el evolucionismo, y no en el creacionismo, me hice mayor a marchas forzadas. Y también rebelde y repelente. Empecé a trabajar de artesana. Amaba todos los géneros del pop y el rock, desde el folk hasta los Beatles, los Doors, con cuyo cantante comprobé años después que compartía teorías, al igual que con Lennon, los mods, los rockers, los hippies, los punkis, sobre todo, del arte actual, el Indie. Es el género más inclasificable de la actualidad, simplemente, talentos marginales. Todos ellos rebeldes. La gente se empeñaba en encasillarme, cuando mi única casilla era yo misma. Y a los 18 años no titubeé un momento al firmar con una casa de modelos alternativa, que buscaba expandir los horizontes del concepto de belleza, más allá de las chicas rubias y operadas de revista. Y fue mi peor error. Claro que sabía que debía salir ligera de ropa, pero creí que eran fotos artísticas, como las que aparecían en la revista musical en la que leí el artículo. Aseguraban ser modelos, nada de porno. Por supuesto, tenía un eslogan, como todos los grandes negocios, pero sería demasiado estúpida al darlo. Simplemente, quería ser valorada como persona, no ser sólo un canon de belleza. Si alguien me viese ahora pondría totalmente en duda mi afirmación cuando digo que por aquel entonces yo era una mujer guapa. Algunos incluso dirían que muy guapa, a pesar de ser morena y de ojos oscuros. En la página aseguraban necesitar meses para aceptar o denegar a una modelo. Siempre creí que era una maniobra comercial, para que pareciésemos más desesperadas en firmar. Me admitieron en una semana. Aquí comienza la historia.